domingo, 4 de septiembre de 2016

Biografía de Sheila Acumulada





Sheila Acumulada parió por primera vez a los 15 años, pero era madre desde mucho antes.

“Mi mamá bebía mucho. Nunca estaba en casa. Yo tenía que coger el rol desde los 5 años de aprender a cocinar para que mis hermanitos pudieran comer. Llevar a mis hermanitos a la escuela, bañarlos, estar pendiente a ellos, estudiar a la misma vez”, cuenta Sheila, de 35 años, presa desde los 20 tras haber sido hallada culpable de asesinar a dos de sus cuatro hijos, Génesis Román y Alexis Morales, de 5 y 3 años.

Sheila nació en Santurce, pero bien niña se la llevaron a ella y a sus seis hermanos a vivir con su abuela en Sierra Linda, Bayamón. En ese tiempo oculto en los laberintos de la memoria, del que tiene solo recuerdos muy vagos, como si los viera en una película en blanco y negro, granosa y sin sonido, es donde único puede ver felicidad en su vida.

“Estábamos todos juntos, mami, mis hermanos, mi abuelo”, cuenta, con una sonrisa nostálgica, mirando hacia arriba, ejerciendo la complicada geometría de discernir los recuerdos buenos de los malos.

Poco después, hubo un cambio abrupto. Y de ahí en adelante no más felicidad. Todo fueron tumbos, golpes y desgracias, en una enloquecida carrera que la llevó sin pausa hasta la madrugada del 24 de febrero de 2001, cuando sus niños fueron asfixiados con almohadas mientras dormían.

El abandono

Su madre, que tenía siete hijos de tres padres diferentes (Sheila es la segunda), se enamoró y se fue a vivir con su pareja y su prole a la barriada El Amparo, en Barranquitas. Allí,su madre fue desvaneciéndose paulatinamente de su vida, para no volver hasta mucho después, cuando ya no tenía cómo reencontrar a Sheila.

Se la había llevado el alcoholismo. “Bebía todos los días a cualquier hora”, dice Sheila.

El abandono hizo a Sheila convertirse en madre a los cinco años. Lo notaron en la escuela cuando Sheila llegó a su kínder cargando con uno de sus hermanitos. “Al yo llegar con un nene, la (trabajadora) social me preguntó qué yo hacía con el nene”, recuerda Sheila.

Al entrevistarse con trabajadores sociales, Sheila contó por primera vez un secreto que le latía por dentro como una úlcera desatendida. El mejor amigo de su padrastro, dice ella, la había violado varias veces. “Recuerdo cosas que a veces no quiero recordar”, dice sobre esos incidentes.

La trabajadora social no le creyó, pero exámenes posteriores lo corroboraron. Si la denuncia fue investigada, ella nunca se enteró.

El Departamento de la Familia (DF) se la quitó a su madre y la tiró por un tobogán de hogares sustitutos por seis largos años. No fueron uno, ni dos, ni tres. Fueron más: 10.

“Pisé Ponce, pisé Salinas, pisé Caguas. El último fue Aguas Buenas”, cuenta Sheila.  En algunos, dice, volvió a ser violada. “Donde hubiera varones, no podía estar”, cuenta.

Entonces, le nació la rebeldía que no la dejó llevarse bien con la vida por el resto de su niñez y  adolescencia. “Al a mí no darme cariño, yo era demasiado rebelde y no dejaba que me dieran cariño”, cuenta.


Adiós a la escuela

Al cumplir 11 años, su madre completó un tratamiento de rehabilitación de alcoholismo y recuperó a sus hijos. Se mudaron todos a un apartamento en Jeannie Apartments, un complejo de vivienda para familias de escasos recursos en Bayamón. La madre no tenía pareja en ese momento, recibía una pensión por discapacidad, no volvió a beber y estaba pendiente de sus hijos todo el tiempo.

Pero a Sheila, quien a sus 11 años y debido a los cambios continuos de hogar seguía en cuarto grado cuando debía estar en sexto, ya la había perdido definitivamente. “No quería estar cerca de mi mamá”, dice.

Llegaron los problemas de conducta en la escuela y la abandonó. “Ya estaba en una rutina de que lo mío era limpiar, estar pendiente de los nenes, hacer la comida. A pesar de que mami estaba siempre allí, tenía esa rutina y no la cambiaba”, dice.

A los 12 años, vino otra tremenda sacudida: se enteró de que su padre, contrario a lo que siempre le había dicho su madre, estaba vivo. Su abuela le hizo la explosiva revelación. Lo contactó. Él era guardia penal. Quiso conocerlo. Necesitaba saber por qué los había abandonado.

“Él me indicó que nunca nos había abandonado. Fue simplemente que mi mamá tomó la decisión de criarnos así. Pero que él siempre estuvo presente y que él siempre nos pasó una pensión a nosotros”, dice.

En poco tiempo estaba viviendo con él en Barrio Obrero. Su papá la obligó a volver a la escuela, pero tampoco dio resultado. Salía para la escuela, pero no llegaba o, si llegaba, se iba temprano.

Cuando Sheila tenía 14 años, quedó embarazada por primera vez. El padre es un hombre que en ese entonces tenía 22 años, desempleado, que residía con sus padres. Reconoció a la niña porque fue amenazado por el padre de Sheila con denunciarlo por tener relaciones sexuales con una menor. La niña, Génesis, que cumplía 5 años el día en que murió, nunca lo conoció.

Se le sugirió abortar, pero se negó. Les dijo: “Si pude sobrevivir y llevar a mis hermanos sola, puedo sobrevivir con mi bebé”.

Cinco meses después de nacer Génesis, Sheila conoció al papá de sus siguientes dos hijos: Alexis, uno de los fallecidos, y un tercer varón que tenía un año cuando los hechos.

Nunca vivieron juntos. Él le pedía que se mudaran juntos, pero ella no accedía. A pesar de las dificultades de criar a tres niños sola y de la pobreza extrema en que vivía, Sheila apreciaba la vida con su padre. Era la primera vez desde bien niña, recuerda, que estaba en un hogar relativamente estable.

Sus vecinos la denunciaron múltiples ocasiones ante el DF. En ningún momento encontraron razones para remover a los niños. Sheila dice que las denuncias eran porque vecinos no consideraban que era apropiado que una menor estuviera criando varios niños sola. Poco después del nacimiento de su tercer hijo, se involucró en otra relación.

En la madrugada del 24 de febrero de 2001, cuando Génesis y Alexis fueron encontrados muertos, ella estaba embarazada de su cuarto hijo, producto de la nueva relación.

Había tenido que hacerse cargo de sus hermanos cuando tenía cinco años. Pasó por 10 hogares sustitutos. Era madre soltera tres veces. Parecía que había vivido múltiples vidas. Pero tenía apenas 20 años.

Lúgubre madrugada

Hay dos historias oficiales sobre lo que ocurrió en aquella lúgubre madrugada. Una es que Sheila tuvo una intensa discusión con el padre de su cuarto hijo al enterarse de que este tenía otra relación sentimental.

Al concluir la discusión, en un incontenible ataque de rabia, entró a la habitación donde dormían sus tres bebés y colocó almohadas sobre los rostros de Génesis y Alexis hasta que murieron por asfixia.

La otra es que el novio le dijo que no visualizaba su vida junto a los bebés y ella los mató para complacerlo.

Sheila tiene una tercera versión.

“Yo a mis nenes no los maté”, arranca, con mucha seguridad.

Sheila cuenta que después de dar a luz a su tercer hijo, y antes de quedar embarazada del cuarto, tuvo una relación con un hombre de 30 y tantos años que ella creía era  empleado de una compañía telefónica.

Le tenía, dice ella, total confianza. Tanta, que le entregó las llaves de su casa. En algún momento, se enteró de que él en realidad era un policía encubierto. Lo dejó “por el engaño”.

Poco después, alguien denunció al policía por corrupción. El policía creyó que ella era la delatora y la amenazó “con que me iba a quitar lo más que yo quería”.

La noche de la muerte, ella hizo sus quehaceres acostumbrados y se acostó a dormir. A eso de las 2:30 a.m., oyó un ruido y fue al cuarto donde estaban los niños.

“Mis nenes están durmiendo, pero me da con llamarlos. Al ellos no contestarme, me estuvo demasiado raro. Voy al cuarto de mi papá y le pregunto: ‘¿Génesis se levantó hoy?’, y me dice ‘no’. Vuelvo al cuarto y los levanto, ‘Génesis, Alexis’, pero no me contestan. Me estuvo más raro todavía. Cuando los toco, mis nenes estaban fríos”, cuenta Sheila.

El resto de la jornada, lo recuerda como una pesadilla opresiva.

Llamada al 9-1-1. Llegada de paramédicos y patrullas. Traslado de los bebés al Hospital San Jorge en Santurce. Un desconocido que se le pegó al lado, no se le volvió a separar y que le decía “ora mucho”. La noticia de la muerte (“mamá, no los pudimos salvar”, le dijo un médico; “Dios no me puede castigar así”, respondió ella).  Intento de suicidio tomándose pastillas; y 24 horas después, la acusación de asesinato en primer grado por la muerte de sus bebés.

Sheila llegó a la cárcel de madrugada. Dice que una oficial, que es ahora su mayor confidente, le dijo que no le daba una paliza porque estaba embarazada.

Luego de entrar a la cárcel, Sheila borró memoria. No recuerda más hasta que seis meses después despertó en un hospital siquiátrico, amarrada de una cama, ya con la barriga grande de sus seis meses de embarazo. Supo que se había intentado suicidar varias veces.

Su versión de los hechos

Por primera vez, tuvo la oportunidad de contar la historia del policía encubierto al que solo conocía por el nombre de Julián. No sabía su verdadero nombre, ni su dirección ni ningún otro dato que permitiera dar con él. Ella no lo vio, pero asegura que él mató a sus niños entrando a la casa con la llave que ella le había dado. Nadie le creyó.

Ella dice que no supo más de él hasta que años después lo vio en una portada de Primera Hora como uno de varios policías arrestados en un operativo anticorrupción. Se lo dijo a su abogado, quien le respondió que el nombre y la descripción que ella le daba no coincidían con ninguno de los arrestados. “No se volvió a tocar más el tema”, dice.

Sheila fue sentenciada a 30 años de cárcel, de los cuales ha cumplido 15. Dos veces ha sido sorprendida en posesión de teléfonos celulares, lo que le agregó un tiempo adicional a su sentencia. Pero está confiada en que podrá salir pronto en libertad. Afirma que moverá “cielo y tierra” para tratar de restablecer contacto con los dos hijos que le quedan vivos, que tienen ahora 16 y 15 años.

Del mayor sabe que está con su padre y en cuanto salga irá a donde cree que vivea buscarlo. El menor fue dado en adopción tan pronto lo dio a luz. “Pienso en ellos todo el tiempo. En los cuatro”, dice.

Esta es la primera vez en más de 15 años que Sheila habla de estos hechos. Los enfrenta con sentimientos encontrados. “No te niego que a veces en mi celda le reclamo a Dios que por qué yo he tenido que sufrir tanto, que qué yo he hecho para sufrir tanto”, dice, para luego agregar: “Pero te soy bien sincera: si me pusieran a escoger una vida nueva a la que tuve prefiero la que tuve, porque ahí he aprendido muchas cosas”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario